Ya podrán esa desacreditada casta y esos desacreditados medios descalificar, denigrar y etiquetar despectivamente de ‘ultraderechistas’ a las formaciones políticas (y a sus ascendentes votantes) que se limitan a defender el Estado de Derecho en Europa, que sus soflamas y llamamientos, y su bilis, quedan reducidos a vacuos, patéticos, inútiles ejercicios que ningún efecto generan. Ninguno.
Lo que esos ciudadanos que se separan de la casta política parasitaria (acomodada en sus coches oficiales y sus poltronas, amamantada por sus interminables dietas y otras vergonzantes sinecuras) buscan es aferrarse a una suerte de derecho de autodefensa. En efecto, millones y millones, y así lo están manifestando masivamente en Alemania, en Francia, en Italia y cada día más en España (¡los cuatro gigantes de la Europa continental!) entienden que no hay motivo alguno que justifique el atropello y la agresión constante a nuestra cultura, a nuestras raíces, a nuestra forma de vida, a nuestras democráticas conquistas, a nuestros espacios de libertad… y que precisamente por ello, los politicastros que toleran y amparan y promueven estas fechorías han de ser castigados y marginados sin piedad y con urgencia.
No hay más. Las cacatúas, los papagayos y otra serie de loros (todos luciendo el mismo pelaje) que deliberadamente se apartan del uso de la razón seguirán tildando de ‘ultraderechista’ a cualquiera que no comulgue con sus ruines y suicidas postulados, tan pobres de espíritu en el fondo, tan lerdos en la forma. Pero ya es tarde. Hay un segmento enorme de la población europea que ha despertado, que ha dicho ‘basta’, y que está dispuesto a devolver este viejo continente… a su natural estado de cosas. Hay esperanza.