En Nunca voló tan alto tu televisor, Nanclares se sumerge en la transformación que vivió este barrio madrileño con la llegada de la democracia. Con una estructura que desborda los moldes tradicionales del género, la autora propone una arriesgada fusión entre el ensayo, la crónica periodística, el relato novelado, el diálogo teatral, la epístola e incluso la poesía. El resultado es un texto sólido, polifónico, que nos habla del barrio pero también del país, que da voz a sus gentes pero sin perder de vista las grandes corrientes de cambio que atravesaban España en aquellos años.
La historia se articula en torno a un eje simbólico: la construcción de la torre de control de Televisión Española, conocida popularmente como el “Pirulí”. Su edificación comenzó en 1981, y con ella se modificó para siempre el perfil del cielo madrileño. La autora lo convierte en un personaje literario de pleno derecho, dotado de afecto, memoria y significado. Para los protagonistas del relato, el Pirulí no es sólo una infraestructura: es un símbolo incontestable de modernidad, de apertura, de futuro.
No escapa a Nanclares el contexto político y cultural en que se produce su inauguración, ligada al Mundial de Fútbol de 1982. Con una prosa ágil, amable y evocadora, recrea la ceremonia de apertura en el Camp Nou y nos traslada, con precisión y emoción, a un momento en que el país entero miraba con ilusión hacia adelante. La televisión y la radio —presentes a lo largo de toda la narración— funcionan como hilos conductores del cambio social. A través de los programas, los anuncios, las voces y los silencios de los medios, el lector puede reconstruir fielmente el sentir colectivo de una época que marcó un antes y un después.
A mí, particularmente, me ha gustado el modo en que la autora escoge esos elementos aparentemente menores —una retransmisión deportiva, una cuña radiofónica, una conversación entre vecinos— para levantar, con ellos, un edificio literario de gran altura. El título no puede ser más acertado: Nunca voló tan alto tu televisor no es solo un guiño irónico, sino una metáfora perfecta de lo que fue la transición para muchos barrios como Moratalaz.
Esta obra, al igual que El espíritu de la frontera, de Eduardo L. Prieto —del que les hablé hace solo unos días—, formará parte de uno de los capítulos de mi próximo libro, Moratalaz. No hay dos sin tres. Se trata del tercer volumen de una trilogía que inicié con Moratalaz, 9000 años de historia (2023) y continué con Historia de Moratalaz. Otros aspectos (2024). En él abordaré cómo una nueva literatura emerge con fuerza desde los márgenes, desde los distritos que antes solo eran escenario y ahora se convierten en relato.
Moratalaz está de moda, sí, pero su permanencia en el mapa cultural depende de que los lectores acompañen estos renovados y diversos proyectos editoriales. Porque si algo nos enseña esta literatura es que, a veces, para contar bien un país hay que empezar por narrar su barrio.