Los efectos del COVID-19 están siendo devastadores, tanto por el número de contagiados y fallecidos a nivel global como por la desaceleración económica mundial. Los expertos más aventurados, economistas y filósofos, se atreven a atisbar un cambio de paradigma como los que suceden muy de vez en cuando a lo largo de la historia.
Sin atreverme a aseverar el pronóstico, no cabe duda que nos encontramos en una situación de “crisis”, superior a nivel económico a la del crack del 29 y, quizás, equiparable a la producida tras la II Guerra Mundial. Hemos de plantearnos un primer reto como especie, necesario para resituarnos, basado en nuestra propia fragilidad. Imprescindible que los conceptos de acumulación de riqueza, las enormes diferencias entre clases, razas, países y continentes, tiendan a desaparecer o , al menos, suavizarse. El concepto de Humanidad ha de contemplarnos a todos los seres humanos y abordar la realidad del Planeta como uno sólo. El virus ya ha demostrado que no entiende de fronteras.
La globalización capitalista instalada tiene que cambiar indefectiblemente. Hemos de recuperar lo cercano, lo local, lo regional. Producir más cerca al consumo, consumir con inteligencia y moderación, moderar nuestra capacidad de destrucción de nuestro hábitat. Si no aprendemos la lección de poco habrán servido tantas muertes y desgracias.
Nuestros gobernantes tienen que asumir su responsabilidad: servir al pueblo, dando prioridad a unos servicios de salud y educación, de calidad y universales, que deberían estar alejados de la lucha partidista y de los altos niveles de corrupción política que se dan en la actualidad. Hemos de trabajar sobre el Buen Gobierno y la ciudadanía tiene que asumir su responsabilidad al elegir a los mejores gobernantes.
La historia nos señala algunas precauciones a tomar, pues las situaciones graves de crisis social, económica y pobreza instalada han servido de caldo de cultivo para la irrupción del fascismo. Lo único que puede ponerle freno es la conciencia solidaria de la ciudadanía para salir reforzados en un cambio holístico de situación. Es el momento de actuar en común y hay que encaminarse a no caer en la trampa de los nacionalismos a ultranza, de los discursos fáciles vacíos de compromiso social atrapados en la miseria de los miserables.
Entraremos pronto, cuando superemos la crisis del coronavirus, en un momento clave para resetearnos. De lo que seamos capaces de cambiar hacia un mundo más igualitario dirá mucho de nosotros y se estudiará el fenómeno en los libros de texto del futuro. Si, por el contrario, volvemos a cometer los mismos errores una y otra vez, sin haber aprendido nada, estaremos condenados a la extinción de una especie que no supo observarse con inteligencia comunitaria y social, volviendo a las cavernas.
Las millones de personas que han visto rota su vida y que vivirán una situación de pobreza absoluta no nos van a perdonar que nos mantengamos impasibles ante tanta desigualdad. O nos salvamos todos o perecemos todos.