Hubo una época en la historia en que el libro influía de tal modo en el pensamiento humano que podía promovergrandes movimientos sociales. Basta echar la mirada atrás para encontrar ejemplos:la Enciclopedia de Diderot o El Contrato social de Rousseau, como preludios de la Revolución francesa; El Capital de Karl Marx como inspirador del comunismo. Incluso un artículo en la prensa, como el Yo acuso de Émile Zola, provocaría una crisis de gobierno en Francia. Tiempos pasados que, como las golondrinas de Bécquer, no volverán. Ahora estamos en la llamada sociedad liquida que, según Iván Redondo, ha pasado a ser gaseosa. El caso es que una noticia, un escándalo, solo tienen alcance para dos o tres telediarios. Menos aún cabe decir de un libro o de un periódico. Quedalejano el tiempo en que un poderoso editoradvertía a los políticos: nadie resiste un editorial de mi periódico. Hoy tal frase produciría risa.
Un libro hoy puede desvelar cosas inquietantes, pero la dinámica de la comunicación las devora sin piedad. Tal es el cúmulo de información que resulta difícil retenerla, mucho menos fijarla. Si no fuera así, el libro que ha publicado Joaquín Leguina con el título Pedro Sánchez, historia de una ambición, provocaría una catarsis en el PSOE. Sabemos por el ejemplo de Leguina, que algunos socialistas históricos se mantienen firmesen sus principios. La reciente entrevista del periodista Jorge Bustos a Alfonso Guerra ofrece otro ejemplo y también han hecho oír su crítica no pocos sobre una deriva de total sometimiento al líder. En el grupo promotor La España que reúne, destacan voces de clara trayectoria socialista como Redondo Terreros, César Antonio Molina o José María Múgica. Pero en la estructura del partido extendida por el mapa autonómico, cuajado de miles de concejales, alcaldes y diputados, el PSOE se ha convertido en un gran yacimiento de empleo con buenas nóminas. Por tanto, un libro catártico como el de Leguina supone un inmenso incordio, aunque quede amortiguado por la anestesia de gran parte del personal.
He leído el libro de Leguina con lápiz a mano porque nos da información que merece subrayarse. Lo he leído, además, con un doble sentimiento de empatía y simpatía; la primera por sentir con el autor lo que supone vivir entre tantas conductas políticas de aviesa motivación; la segunda porque he seguido de cerca su trayectoria y he leído bastante de lo que ha escrito. Debo confesar, además, que Leguina dedica el preámbulo a elogiar a cuantos le han inspirado para desentrañar el caso Sánchez y me cita de forma repetida. Mi propio trabajo (www.lahistoriadelpoder.com) da claves sobre la pulsión del poder y se adentra en casos singulares cuyas biografías intenté diseccionar. Quien mejor lo hizo en su tiempo con precisión de cirujano fue Maquiavelo, pero su obra El Príncipe estaba destinada a aleccionar a los gobernantes de Florencia para preservarla de sus enemigos: el príncipe debe aprender cómo afianzarse en el poder, cómo conservarlo usando de la crueldad si es preciso, de la simulación y la mentira, incluso de la religión como instrumento necesario para hacer dóciles a los súbditos. Los hechos que relata Leguina demuestran que Sánchez muestra ser alumno avanzado de Maquiavelo. El ejemplo de crueldad más notable es la laminación de Tomás Gómez, el que fuera secretario general del PSOE madrileño, que no solo fue política, sino que le alcanzó a su vida civil. Veremos lo que le espera a Susana Díaz.
El pero adversativo que resulta inadmisible para que Sánchez siga con tanta aplicación a Maquiavelo es que el genio florentino escribió sobre reyes que ejercían como amos de sus súbditos. Recordemos al alcalde de Zalamea de nuestro Calderón de la Barca: “al rey la hacienda y la vida se han de dar… etc.”. Mas no había nacido Montesquieu ni se había cortado la cabeza a ningún déspota. Por todo ello no deja de ser inquietante que circulen por las redes videos reproduciendo tanta escena de simulación y mentira, por más que su efecto siga siendo poco efectivo ante “una mayoría que no discierne” (Maquiavelo dixit).
Lo que resulta del todo increíble o tal vez maravilloso es que, acostumbrados a mentir, la única retractación pública se ha hecho sobre una verdad. Veamos por qué: en el contexto de unas declaraciones el ministro José Luis Escrivá señaló el problema de la sostenibilidad futura del sistema de pensiones, algo que no ignora ningún analista y se debate abiertamente en Europa. Si generaciones anteriores trabajaban desde los 20 a los 65 años, es decir 45 años de cotización para vivir una media de 15 más como pensionistas. ¿Qué ocurrirá con quienes ahora cotizan apenas 35 años y podrán vivir otros 25 más? La declaración de Escrivá era una verdad inquietante, mas no por ello deja de ser verdad, aunque al gobierno no le venga bien añadir malas noticias. Y he aquí lo inaudito: Escrivá se retracta de decir la única verdad entre tanto trágala emitido al “pueblo soberano”. Aquí el maestro Maquiavelo emitiría una sonrisa desde el infierno, donde Maurice Joly le sitúa conversando con Montesquieu sobre la perversión autocrática que anida en las democracias.