Durante este periodo muchos intelectuales de izquierdas abandonaron el comunismo, pero, los más fanáticos, han intentado ocultar la derrota de su modelo amparándose en la mala práctica y no en el concepto erróneo que esta ideología totalitaria tiene del ser humano.
La derrota del comunismo fue tan incuestionable que, en un ensayo de 1989 (“The End of History”?) Publicado en la revista The National Interest, Francis Fukuyama explicaba el triunfo definitivo de las democracias liberales como efecto de su caída. Su propio mentor, Samuel Huntington se encargó de corregir este exceso de triunfalismo en un artículo de 1993 en la revista Foreing Affairs cuando predice que: “El choque de las civilizaciones dominará la política mundial”.
A pesar de ello, ni su mentor ni nadie duda de la solvencia de Fukuyama, quizá se precipitó, pero desde un punto de vista teórico no podía estar más acertado. La democracia liberal es el modelo que mejor se adapta a la naturaleza humana, y desde esta óptica, representa el punto finan de la evolución ideológica de la humanidad. Como toda obra humana, será perfectible, pero su núcleo central se trata del único que garantiza la libertad y el progreso de los individuos y su sociedad.
Respecto a este tema, España, como en otras ocasiones desde hace siglos, siempre se aferra al pasado. Incomprensiblemente, nos hemos constituido en la “reserva espiritual de la izquierda”, con las mismas consecuencias nefastas de siempre. En ningún otro país occidental el comunismo goza de tanto predicamento como para llegar a formar parte del Gobierno.
Siendo esta excepcionalidad ibérica un grave problema, lo es mucho más el efecto “arrastre” que supone la presencia de estos grupos políticos en la deriva ideológica del partido de Sánchez. El líder socialista, en su afán por debilitar a sus compañeros de gobierno, ha adoptado su ideología, transformando al PSOE en un partido populista. Máxime, cuando es consciente de que está inhabilitado para conseguir el voto moderado. Su única posibilidad de gobernar le viene dada por el clivaje territorial de nuestro país. Los “sanchistas-zapateristas” se han constituido en la única opción deseable por los separatistas de izquierdas y de derechas, quizá los votantes socialistas deberían preguntarse los motivos.
Existen muchas opiniones sobre en qué consiste el populismo: que, si en apelar a las clases populares, que, si en dar soluciones fáciles a problemas difíciles, etc. Lo que está claro es que, hasta ahora, se trata de un concepto difícil de definir que, desde ambos lados ideológicos, se utiliza en sentido peyorativo para denigrar al oponente.
Desde el punto de vista científico, el “populismo”, es aquella ideología que considera que la soberanía popular no tiene ningún límite. Ni los Derechos del individuo, ni las leyes que los protegen.
Es en este sentido en el que puedo afirmar que el Partido Socialista de Pedro Sánchez ha devenido en populista, comprando los argumentos del comunismo y del separatismo.
La hemeroteca está repleta de declaraciones de distintos líderes del socialismo que fundamentan esta afirmación, pero como muestra, basten las declaraciones de Pedro Sánchez en diciembre del pasado año cuando, refiriéndose a la convocatoria del pleno de urgencia del TC para discutir el recurso del PP a la ley que suprime el delito de sedición, reforma del de malversación y modificación de la elección de los dos magistrados del tribunal de garantías que corresponde nombrar al (CGPJ), afirma: “Estamos ante un intento de atropellar la democracia por parte de la derecha, no sólo la política sino la jurídica, jaleada por la derecha mediática y esto es inaceptable”.
Estas declaraciones de un presidente de Gobierno, criticando en estos términos la actuación de un Tribunal Constitucional, no tienen precedente en ninguna democracia avanzada. Además, no son un caso aislado, sino que suponen el colofón a todo un conjunto de declaraciones de los “nuevos” líderes socialistas. Explicables sólo, por la convicción que les proporciona su nueva fe populista o por la ignorancia que los acompaña desde siempre.
Los resultados electorales del del 23-J demuestran que, la izquierda española, como siempre, ha vuelto a imponer su relato: “pactar con VOX es muchísimo peor que pactar con golpistas y filo-terroristas”.
De entrada, la derecha, también como siempre, ha cometido el error de aceptar la equiparación, avergonzándose, incluso, de sus pactos con el partido conservador. Si se pretende ser ecuánime, la equiparación, de la que en todo caso VOX saldría reforzado, debería establecerse entre este partido y los comunistas de Podemos o Sumar.
En este sentido, incluso el, por lo general, inoperante Parlamento Europeo ha dictado, recientemente, una resolución sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro del viejo continente. En ella, equipara el comunismo al nazismo y reconoce “la necesidad urgente de sensibilizar sobre los crímenes perpetrados por el estalinismo y otras dictaduras, evaluarlos moral y jurídicamente, y llevar a cabo investigaciones judiciales sobre ellos”.
No obstante, como suele ser habitual, nuestros representantes europeos han pecado de poco ambiciosos. Sin duda, en este tema se podía haber llegado algo más lejos. Si bien el comunismo y el nazismo son equiparables desde un punto de vista político, ambos se consideran regímenes totalitarios, y moralmente resultan igual de execrables, el comunismo ha hecho y sigue haciendo mucho más daño que su homólogo.
Además, en el caso concreto de nuestro país, hoy en día, el peligro no viene de una ultraderecha prácticamente inexistente, sino de una ultraizquierda, tan increíblemente vigente, como para estar en el poder.
Como ya hemos comentado el desprestigio del comunismo tras la caída del muro de Berlín en 1989 fue tan absoluto que, desde entonces, sus seguidores utilizan diversas tácticas para imponer su fracasado modelo: la primera, ocultar la denominación comunista bajo otras siglas, Izquierda Unida, Syrisa, Chavismo o Revolución bolivariana, Podemos, Sumar, etc., todas ellas bajo el paraguas de la nueva denominación “socialismo del siglo XXI”; cuya única diferencia con el socialismo del siglo XIX y principios del XX consiste en que “han renunciado a la propiedad de los medios de producción, ahora se conforman con expropiar directamente la producción”, según ellos ¡un gran progreso!.
En segundo lugar, pretenden hacer de “coche escoba” de todos los descontentos, intentando parasitar y liderar cualquier tema que pueda poner en jaque al capitalismo: antimperialismo, globalización, medioambiente, feminismo, LGTBI, recortes del estado de bienestar, etc. Como ya no pueden ofrecer su modelo, sólo pueden desprestigiar el imperante, atacando aspectos puntuales, que, según ellos, no funcionan bien por culpa del capitalismo.
El comunismo encaja perfectamente en la definición de “populismo” que anteriormente hemos establecido. Los comunistas, además, una vez establecida la absoluta prevalencia de la soberanía popular, se encargan de secuestrarla, siendo el líder o la clase dirigente sus únicos intérpretes.
El socialismo del siglo XXI además de cambiar sus objetivos (recuerden, ahora ya no quieren trabajar, ya aspiran únicamente a apropiarse de la producción de los demás) ha cambiado también su forma de acceder al poder. Ahora lo hacen desde dentro de las instituciones, que es igual de peligroso o más para la sociedad, ya que esta no se da cuenta hasta que es demasiado tarde, pero mucho menos peligroso para los líderes comunistas, que, incluso mientras no están en el poder, gozan de unas prebendas y disponen de unos medios facilitados por la propia democracia, que sus predecesores ni se imaginaban.
La primera víctima del “populismo-comunista” es el individuo. Fieles discípulos de Rousseau consideran que cualquier disidencia de la voluntad general hay que eliminarla por el bien común. Para sus seguidores, el individuo no tiene derechos propios, únicamente los tiene como miembro del colectivo social. Rousseau supedita el individuo al colectivo. Pero esto no es ni novedoso ni progresista, es lo mismo que sucedía en cualquiera de los regímenes anteriores, aunque cada uno lo justificase en motivos distintos.
Por tanto, estos, a los que se les llena la boca acusando a otros partidos de recortar derechos, son junto a los que pactan con ellos y copian sus argumentos, los responsables del mayor recorte de derechos en España y en cualquier lugar donde sus nefastas ideas se han impuesto. Si logran imponer su ideología, los Derechos Humanos junto con la democracia serán un recuerdo efímero de nuestra historia.
Por el momento, tras su aparición con renovadas fuerzas después del 15-M, acabaron con la presunción de inocencia, a la que ellos se acogen, ahora como clavo ardiendo, cuando les conviene.
Su impostura republicana la demuestran al liquidar, por motivos “nobles” según argumentan, su principal precepto, la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos.
Su fanatismo los lleva, no ya a no respetar las minorías, contradiciendo la propuesta de Tocqueville para mejorar la democracia, sino que, guiados por su soberbia, ya no respetan ni las mayorías.
Pero si hay algo que odian con todo su ser, esto es, el derecho de propiedad de los demás. Como hemos dicho, los socialistas del siglo XXI, que no han visto nunca un “proletario”, ya no aspiran a la propiedad de los medios de producción, ahora, se conforman con expropiar la producción. Se han dado cuenta que, desde el Estado, disponen de multitud de formas para hacerlo. Mediante el BOE pueden controlar cualquier empresa o sector, regulándolas jurídicamente a su capricho, además, pueden incrementar los impuestos hasta donde se les antoje, pudiendo comprar, así, los votos necesarios para su reelección.
La segunda víctima del “populismo-comunista” es la democracia. Sus integrantes sólo defienden la democracia como estrategia, esta ideología nunca ha sido democrática. Se han dado cuenta de que las sociedades democráticas son tan abiertas que, permiten, incluso, la presencia de aquellos que quieren acabar con ella. El totalitarismo comunista puede vivir cómodamente en una sociedad democrática, aprovechando su generosidad y sus medios para ante la mínima oportunidad, asaltar el poder y perpetuarse en él.
Para la extremaizquierda, la separación de poderes consiste, en que el legislativo, el ejecutivo y el judicial, están en distintos edificios, pero todos ellos sometidos a la soberanía popular que, únicamente ellos pueden interpretar.
En cuanto a la libertad de prensa, sólo hay que escuchar a su líder original, imitado en esta última campaña por Pedro Sánchez, para entender lo que harían en cuanto puedan con los medios de opinión que no les son afines. Si tienen alguna duda, observen lo que ha pasado con los medios de comunicación en todos los países comunistas, en el pasado y actualmente.
La tercera víctima del “populismo-comunista” es la Constitución del 78. La plasmación práctica de sus ideas en España la constituye la fijación del populismo de izquierdas, en nuestro país, por acabar con el régimen del 78 representado por la Constitución.
Este es uno de los principales aspectos por el cual la extremaizquierda española se constituye en el peligro real, no VOX. La ultraderecha, en España, sólo goza de vigencia en las mentes fanáticas que, desde la izquierda, diseñan las estrategias que les permitan ocultar su incapacidad. Asustando a la población, mediante el “espantajo” que ellos mismos han creado, como único mecanismo de alcanzar un poder que está por encima de sus capacidades.
La hemeroteca está llana de alusiones, desde la izquierda, de cómo saltarse la Constitución para alcanzar sus objetivos, justificando incluso la agitación y a violencia. No tengo constancia de ninguna declaración de VOX en este sentido, siempre han planteado cambiar lo que ellos consideran que no es acertado, respetando los tramites previstos en la propia Constitución.
A pesar del relato de la izquierda y la incapacidad de combatirlo de la derecha, el peligro para España no son los pactos con el partido conservador VOX. Este partido, que te puede gustar o no, es un partido democrático, que propone cambiar algunos aspectos de la Constitución del 78, pero respetando sus preceptos. El verdadero peligro, al que se enfrenta nuestro país hoy, son los pactos con el comunismo, representado por diversos partidos que se enfrentan por cuestiones personales de liderazgo, no por las ideas, que son igual de nefastas y peligrosas.
El “populismo-comunista” que se disfraza de democrático, con los mismos fines que el lobo utiliza la piel de cordero, acercarse sigilosamente para devorarla, constituye, como hemos visto, un peligro real para los individuos que integran la ciudadanía española.
Hemos dejado para el final los pactos con los independistas comunistas o “nacionalistas supremacistas” de derechas. Pactar con estos supone otro nivel de degradación política que está poniendo en peligro la propia existencia de España y Europa. Los ciudadanos españoles no se pueden dejar timar con la equiparación entre los pactos con VOX, donde milita José Antonio Ortega Lara y los pactos con Bildu o Puigdemont. ¡Ese es otro nivel!
Un “pacto de progreso” como nos quiere vender la “factoría Bolaños” a través de todas sus terminales mediáticas, no puede consistir en pactar con aquellos que quieren independizarse de España, no creen en la democracia y son un peligro para los derechos y libertades de los ciudadanos.
El progreso no consiste en cambiar una organización social tribal antigua por una más moderna, consiste en la “disolución del tribalismo”. Francis Fukuyama señala que la Modernización: “Incluía el desarrollo de una economía de mercado capitalista y una consecuente división del trabajo a gran escala; el surgimiento de Estados fuertes, centralizados y administrativos; el paso de comunidades estrechamente unidas a otras urbanas e impersonales; y la transición de relaciones sociales comunales a individualistas”.
Por lo tanto, a nivel político, “la modernidad se alcanza cuando desaparecen todos los privilegios” que se justificaban por la pertenencia a un grupo determinado, pasando todos los individuos que componen el “demos” a ser considerados ciudadanos, con unos derechos inalienables que les corresponde por el hecho de ser persona: la vida, la libertad y la propiedad privada.
El progresismo no consiste en pasar de sociedades estructuradas en grupos tribales, a sociedades estructuradas por grupos donde su nexo de unión ya no es la familia sino la ideología o los intereses. El “progresismo” consiste en la desintegración de todos los grupos hasta llegar a una sociedad formada por ciudadanos libres, diversos e iguales ante la ley.